Siendo una persona que valora la herencia cultural de nuestros padres y nuestras tradiciones, regularmente promuevo el apego a las mismas. Sin embargo, hago algunas excepciones y la primera de ellas es con la VIOLENCIA DOMÉSTICA, así con mayúsculas, porque éstas si son palabras mayores. La violencia en la familia no es “nuestra cruz”, ni tampoco es la “ropa sucia que se tiene que lavar en casa”, ni ninguna de esas cosas que se nos han repetido por generaciones y que perpetúan el sufrimiento de las mujeres (en el la mayor parte de los casos) y del resto de la familia, grabándose en nuestros hijos permanentemente, para convertirlos en seres violentos y a las niñas en potenciales víctimas que aceptan por anticipado que la vida en pareja es violenta por naturaleza. La violencia en la familia es algo que va desgastando el espíritu de quienes la sufren y la condición humana de quienes la practican, bajándolos a un nivel de completa falta de razonamiento (característica principal del ser humano), poniéndoles así al nivel de los animales. Es una de esas cosas en las que nadie gana y todos pierden.
La mujer pierde su autoestima, su capacidad de tomar decisiones y, lo más importante, su libertad de acción, de palabra y hasta de pensamiento, pues si este no se ajusta al de su violento esposo, novio, etc., la situación se convierte en una bomba de tiempo. En pocas palabras, se vuelve esclava del miedo y el miedo la paraliza, impidiéndole tomar cartas en el asunto para salir de ese círculo vicioso tan conocido, que va de la explosión de una situación violenta (con palabras primero y luego quizá con golpes) a la luna de miel, en la que él se convierte en ese hombre dulce y complaciente que era en un principio, le pide perdón y le promete que no volverá a suceder. Al poco tiempo comienza a crecer de nuevo la tensión, cuando él se molesta de todo y ella no quiere ni hablar para no “provocarlo”, pero de todas formas llega la explosión de nuevo inevitablemente. Y así vez tras vez, día tras día y año tras año va pasando la vida en sufrimiento. ¿Injusto? Por supuesto!
Se necesita mucha fuerza para romper este círculo, pero tampoco es imposible. Si este es su caso, quiero decirle que ¡usted puede!, al igual que muchas otras mujeres han podido salir de esa situación. No importa que sea él quien mantenga la casa; usted también tiene dos manos para trabajar y con la ayuda disponible, podrá sacar adelante a sus hijos. En este país el trabajo no falta, asi que ¡Saque la casta! También se dice que los niños “siempre” están mejor con sus dos padres, lo cual es cierto cuando ambos padres son responsables, maduros y respetuosos entre sí y con los niños. Sin embargo, cuando el padre es violento, irresponsable e irrespetuoso, su presencia deja de ser algo positivo en la vida de los chicos, para convertirse en el peor ejemplo que se les puede dar.
Piénselo, algún día la violencia que usted y sus hijos sufren debe terminar y usted es la única que puede ponerle punto final.
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