Por Silvia Uribe
Compararse con otros es perder identidad, valor. Es como tener la batalla perdida aún antes de comenzarla. Nos comparamos con alguien porque nos sentimos inferiores, porque pensamos que no podemos llegar, alcanzar, lograr, obtener, lucir, sonar, o pensar como aquel con quien nos medimos.
Compararnos es una declaración velada de una inseguridad escondida tras la pretendida promesa de una autosuperación que sabemos no llegará. Compararse es envidiar y ¿porque envidiaríamos algo que estamos ciertos de poder obtener? La envida es incapacidad.
El que se compara le regala a otros el arma ideal para blandir en su contra pues es la apabullante aceptación de un destino innegable y de una derrota ineludible.
Una comparación es una verdad que duele, es un dolor que amarga y es una amargura que mata.
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